Nuestra protagonista ha pasado de cristal a carne, ¿qué está pasando, doctor Strange?
¡Ya no hay jaula!
Pip~. Pip~. Pip~.
La paciente descansaba sobre la camilla de la habitación 402, únicamente cubierta por el camisón hospitalario. Una jovencita hermosa, veinteañera a todas luces, con las constantes vitales estables de la salud y la piel más tersa, suave e inmaculada que había visto ni sentido jamás sin maquillaje de apoyo.
Tenía el cuerpo menudo propio de una mujer de metro sesenta como ella, el donaire muscular de una esbelta bailarina, finas manos de pianista, rosadas uñas de manicura, palidez de noble y firme busto...
Pero no era ni por curvas ni por cutículas por lo que llevaba tres minutos de reloj examinando la carita angelical que no había hecho falta intubar (y lo demás), ¡de ninguna manera! Lo que pasaba era que sus rasgos le resultaban poderosamente familiares.
- Se parrece al loco Loki, ¿nein? - lo sobresaltó el abigarrado acento del agente de policía que de repente tenía a su vera.
Pegó un ligero respingo, poco más e imperceptible. ¡Claro! Apenas lo habría visto de reojo en la gala, pero su prodigiosa memoria se había quedado con su cara. Cara que sin duda vería en las noticias en cuanto encendiera la tele. Menuda nochecita.
- Podrría pasarr porr herrmana, perro ella es humana.
El pobre poli parecía muy orgulloso de lo que él creía un buen chascarrillo, pero se le pasó en cuanto interceptó los ojos de su interlocutor. El humor germánico no recibía elogios de foráneos. Carraspeó, extrajo el bolígrafo del bolsillo anexo al arma reglamentaria y golpeó con él la libretita que llevaba en mano. El papeleo aguardaba y, con lo parda que se había liado, también se amontonaba.
- Usted prresenció los hechos, ¿nein, señor...?
- Doctor. Doctor Stephen Strange.
El buen agente se le quedó mirando, pero se abstuvo de comentarios. De ahí el "buen". De cualquier forma, no había que hacerse mala sangre con un hombre con aquellas pintas, descompuesto, despeinado y desaseado.
¿Qué hacía allí, justo en aquel momento? Asistir a la gala de alto copete, como todos. Claramente eran un tiempo y lugar que no le correspondían, ¿nein? Pues el doctor Stephen Strange era ni más ni menos que un reputado neurocirujano que había sido convocado a Stuttgart con ruegos y súplicas para dar una conferencia y le habían invitado, usted dirá. Entschuldigung.
Af, había un vuelo esperándole, ¿no podía ocuparse otro de aquello? Nein. Y un trabajo de verdad, sin papelajos ni bolígrafos y con sangre salpicante, ¿sabía? NEIN. Se lo iba a tener que contar de pe a pa.
¿Por dónde empezar, sino por el principio? Tras el éxito lógico y natural de su conferencia médica sobre, para ponérselo fácil, sesos, sus colegas de gremio habían tenido a bien agasajarlo invitándole a aquella velada que le había arruinado la noche y los planes. No, no había notado nada extraordinario. Véngase a la fiesta, decían; habrá champán, decían.
Su posición exacta, si tanto insistía en saberlo, era junto a la fuente de chocolate de la parte de arriba, brindando con el resto de sus colegas. Había sido un día largo, ojalá la noche no lo hubiera sido aún más. No, nadie se percató de la presencia intrusa, ni uno solo de los asistentes que él supiera. Ni la víctima... la otra, la finada, ajá, le prestó mayor atención hasta que fue demasiado tarde. La culpa de los ineptos de seguridad, valiente seguridad.
Lo mismo daba que no hubieran podido hacer nada, el caso es que se coló. Resultado: vocerío, estampida, un cadáver y la presente herida no se sabe si leve o grave, cuando se despertase se vería. Sí, entonces sí que vio al dios nórdico. No, mucho no se fijó, estaba ocupado llevando a cabo su deber como médico.
No todos escaparon pies para qué os quiero, los sagaces permanecieron en la parte de arriba. Dado su oficio y extremada inteligencia, el doctor Strange era consciente de que una huida multitudinaria podía ser tanto o más mortal que un psicópata.
Lamentablemente, sus colegas no supieron imitarle el templado control de los bajos instintos y se arrojaron por puertas, ventanas y escaleras, desencadenando la ola de tobillos rotos o torceduras musculares, contusiones o magulladuras que luego para arrodillarse acarrearía tanta angustia física.
Lamentablemente, sus colegas no supieron imitarle el templado control de los bajos instintos y se arrojaron por puertas, ventanas y escaleras, desencadenando la ola de tobillos rotos o torceduras musculares, contusiones o magulladuras que luego para arrodillarse acarrearía tanta angustia física.
Por supuestísimo que el "doctorcito" no agachó la cerviz, ¿para qué tenía orejas este agente? Él se había quedado y no rezagado, aguardaba la partida del asesino, agachado como otros tras estatuas, columnas, barandillas. Uno tras la cortina, siempre caía uno. No fue Strange, ¿le parecía tonto? Que se guardara sus pareceres.
Oyeron el bullicio externo, un estallido, luego silencio. Era seguro asomarse... y tronó el ¿¡hay un médico en la sala?!
Solo él, solo quedaba él.
Saltó escalón tras escalón como holgadamente permitían sus piernas. Rodeada por tres de cuatro gatos sagaces para quedarse pero temerarios para precipitarse en emerger del escondite, estaba ella. Allí la vio por vez primera. Una melena como la noche y un vestido de tela cromáticamente idéntica esparcido por el blanco suelo de mármol, cuyo color se fundía con su piel. Apenas le pareció de carne al tocarla, estaba helada.
Al principio pensó que se trataba de otra histérica desvanecida por hiperventilación, como la que había alucinado con vísceras flotantes, pero en seguida constató que ni respiraba ni había latido que le bombeara el pecho.
Nada le obstruía la garganta, de modo que en tres parpadeos ya se había deshecho de la parte superior del vestido y palpado el esternón y maniobraba con el masaje cardiovascular. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! No había ropa interior. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! Barbilla al cielo, aletas nasales presionadas, tráquea libre. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! El beso de la vida.
Cuatro minutos y medio estuvo insuflando oxígeno reciclado en esa caja torácica vacía y machacando el esternón. Al segundo treinta y uno separó los párpados como una ventana al campo, una ráfaga verde entre tanto negro y blanco. Las pupilas, par de alfileres, danzaron en todas direcciones: por las luces, las estatuas, los rostros curiosos... hasta posarse, finalmente, en Stephen Strange. Se dilataron. Y esperó.
Como parecía que quería que le dieran permiso...
- Respire. - mandó el buen doctor, representando la pantomima pediátrica de hinchar las fosas nasales e inhalar ruidosamente para mostrar cómo se hace lo básico de lo básico.
La chica abrió la boca. Nada más. Semejante cosa solo la había visto en sus tiempos de interno en ginecología, por eso le propinó el tortazo. ¡Respiró! Inhalaba y exhalaba, como probando primero, con ansia después. Rió (o eso le pareció por la sonrisa, no por el ruido), se le derramó el manantial que guardaban los lacrimales, extendió los dedos hacia el salvador, con las yemas rozó su mandíbula... y acto seguido se desmayó por hiperventilación.
Y ahí estaban, en aquel cuartucho que de hospitalario apenas si tenía el nombre con poco más que la ventana, la cama, la tele de pared inútil especial para comatosos, la silla donde había medio y mal descansado él y la mesita de noche donde habían depositado los dos únicos efectos personales de la zagala, el marco y el vestido.
Eso era todo, ¿no, agente? Pues nein, quedaba el detalle de si conocía a la víctima. ¿Otra vez con eso? Hasta las enfermeras le habían atosigado con el formulario para familiares, ¿esto que es? No la conocía nadie. Oh. Pues él tampoco. Otros testigos aseguraban que había hablado con ella. Por supuesto, había llevado a cabo las preguntas de rigor al socorrerla, pero sinceramente...
Nadie adivinaba siquiera sus datos y por no tener no tenía ni zapatos. Venga ya, una mujer como aquella no aparecía por arte de magia. ¿No podría el alma caricativa que sin duda escondía el doctor Strange ayudar en algo? Pero es que la niña se había desmayado, cómo tenía que decirlo. ¡Pero, pero, pero! algo sabía, ¿nein, nein? Recordaba... recordaba vivamente lo que farfulló al preguntarle su nombre mientras aspiraba todo el aire del recinto...
- ...jomagico...
Al principio pensó que se trataba de otra histérica desvanecida por hiperventilación, como la que había alucinado con vísceras flotantes, pero en seguida constató que ni respiraba ni había latido que le bombeara el pecho.
Nada le obstruía la garganta, de modo que en tres parpadeos ya se había deshecho de la parte superior del vestido y palpado el esternón y maniobraba con el masaje cardiovascular. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! No había ropa interior. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! Barbilla al cielo, aletas nasales presionadas, tráquea libre. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! El beso de la vida.
Cuatro minutos y medio estuvo insuflando oxígeno reciclado en esa caja torácica vacía y machacando el esternón. Al segundo treinta y uno separó los párpados como una ventana al campo, una ráfaga verde entre tanto negro y blanco. Las pupilas, par de alfileres, danzaron en todas direcciones: por las luces, las estatuas, los rostros curiosos... hasta posarse, finalmente, en Stephen Strange. Se dilataron. Y esperó.
Como parecía que quería que le dieran permiso...
- Respire. - mandó el buen doctor, representando la pantomima pediátrica de hinchar las fosas nasales e inhalar ruidosamente para mostrar cómo se hace lo básico de lo básico.
La chica abrió la boca. Nada más. Semejante cosa solo la había visto en sus tiempos de interno en ginecología, por eso le propinó el tortazo. ¡Respiró! Inhalaba y exhalaba, como probando primero, con ansia después. Rió (o eso le pareció por la sonrisa, no por el ruido), se le derramó el manantial que guardaban los lacrimales, extendió los dedos hacia el salvador, con las yemas rozó su mandíbula... y acto seguido se desmayó por hiperventilación.
Y ahí estaban, en aquel cuartucho que de hospitalario apenas si tenía el nombre con poco más que la ventana, la cama, la tele de pared inútil especial para comatosos, la silla donde había medio y mal descansado él y la mesita de noche donde habían depositado los dos únicos efectos personales de la zagala, el marco y el vestido.
Eso era todo, ¿no, agente? Pues nein, quedaba el detalle de si conocía a la víctima. ¿Otra vez con eso? Hasta las enfermeras le habían atosigado con el formulario para familiares, ¿esto que es? No la conocía nadie. Oh. Pues él tampoco. Otros testigos aseguraban que había hablado con ella. Por supuesto, había llevado a cabo las preguntas de rigor al socorrerla, pero sinceramente...
Nadie adivinaba siquiera sus datos y por no tener no tenía ni zapatos. Venga ya, una mujer como aquella no aparecía por arte de magia. ¿No podría el alma caricativa que sin duda escondía el doctor Strange ayudar en algo? Pero es que la niña se había desmayado, cómo tenía que decirlo. ¡Pero, pero, pero! algo sabía, ¿nein, nein? Recordaba... recordaba vivamente lo que farfulló al preguntarle su nombre mientras aspiraba todo el aire del recinto...
- ...jomagico...
El brazo de la ley alzó una ceja escéptica.
- Oma. - asintió el doctor mientras el porfiado agente apuntaba, receloso - Es cuanto sé.
El policía dio por zanjado el testimonio. Le hubiera gustado presionarle con la dichosa casualidad del aire notablemente británico que compartía con el villano, pero se consideraba moralmente superior y, ni que decir tiene, más educado que el fanfarrón de su interlocutor, así que se abstuvo de clavarle esa saeta.
Acabado el procedimiento, libre era de irse a su importante vuelo de importantes, como amablemente le había indicado el agente antes de partir en pos de repartir justicia burocrática. No se fue. No inmediatamente.
Quiso acercarse primero a ver a esa gran desconocida, la mujer de la camilla. Qué tranquilita se la veía ahora. Sin que el pensamiento precediera la acción se vio separándole los labios con los dedos. ¡Buena dentadura! También los dientes del color de la luna llena se entreabrieron sin quererlo él. El pulgar penetró dentro, rozando la lengua húmeda.
ÑAM.
Un hilo de sangre, un ¡ay!, unos ojos de tarde en el mar, la succión, el ¡hija de...!, el forcejeo, ese ¡pop! al zafar el pulgar, ese rasguño dental, esa rosada lengua que relamía sangre y saliva de la comisura.
Pi-pi-pi-pi-pi-pi~.
CRACA.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiip~.
Se había arrancado la aguja del gotero.
No sangraba. Lo que le caía de la abierta parte interna del codo era agua... no. Un líquido rosado pálido... ¿plasma?
Los faros marinos le estaban mirando hasta el alma, enormes ojos que nada tenían que envidiar a lo ojiplático que se había quedado él. Intentó dar un paso atrás y entonces, solo entonces, cayó en la cuenta de que con el traspiés había aterrizado sobre los glúteos. Oma se retorcía sobre el camastro como una serpiente mal amaestrada y sin flauta guía, intentaba levantarse... ¡patapam! Otra besando el suelo con la cara. ¿No sabía caminar? ¿Tan fuerte había sido la conmoción cerebral?
Iba iba iba iba iba a arrastrarse.
Sin pensárselo ni dos veces ni una tampoco, Stephen Strange se puso en pie y salió de la habitación 402 al tiempo que se abalanzaban por la puerta varias enfermeras, dejando atrás el abrigo y la razón para sustituir cualquier lógica por el impulso animal de autoconservación.
No volvió a pensar en ella hasta bien iniciado el vuelo, en su asiento de primera clase, donde se reprochó la falta de profesionalidad. Sin duda el cansancio y el estrés de semejante despropósito de velada le había pasado factura, pues en realidad había asistido a un episodio médico fascinante.
¡Mal por él, por dejarlo pasar se le había escapado! No volvió a verla, no volvió a saber de ella.
Una vez en Nueva York llamó al hospital germano para interesarse por tan extraña reacción psíquico-física sin temer que no supieran de qué hablaba, sin duda tamaño suceso sería la sensación del momento para el centro médico, y vaya por Dios, la paciente había desaparecido, no había durado ni un día. Pese a todo, no le dio mayor importancia, otros casos igualmente estimulantes llegaban a sus hábiles manos a diario, probablemente incluso más.
No volvió a verla... hasta cuatro años después... en otra gala.
El policía dio por zanjado el testimonio. Le hubiera gustado presionarle con la dichosa casualidad del aire notablemente británico que compartía con el villano, pero se consideraba moralmente superior y, ni que decir tiene, más educado que el fanfarrón de su interlocutor, así que se abstuvo de clavarle esa saeta.
Acabado el procedimiento, libre era de irse a su importante vuelo de importantes, como amablemente le había indicado el agente antes de partir en pos de repartir justicia burocrática. No se fue. No inmediatamente.
Quiso acercarse primero a ver a esa gran desconocida, la mujer de la camilla. Qué tranquilita se la veía ahora. Sin que el pensamiento precediera la acción se vio separándole los labios con los dedos. ¡Buena dentadura! También los dientes del color de la luna llena se entreabrieron sin quererlo él. El pulgar penetró dentro, rozando la lengua húmeda.
ÑAM.
Un hilo de sangre, un ¡ay!, unos ojos de tarde en el mar, la succión, el ¡hija de...!, el forcejeo, ese ¡pop! al zafar el pulgar, ese rasguño dental, esa rosada lengua que relamía sangre y saliva de la comisura.
Pi-pi-pi-pi-pi-pi~.
CRACA.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiip~.
Se había arrancado la aguja del gotero.
No sangraba. Lo que le caía de la abierta parte interna del codo era agua... no. Un líquido rosado pálido... ¿plasma?
Los faros marinos le estaban mirando hasta el alma, enormes ojos que nada tenían que envidiar a lo ojiplático que se había quedado él. Intentó dar un paso atrás y entonces, solo entonces, cayó en la cuenta de que con el traspiés había aterrizado sobre los glúteos. Oma se retorcía sobre el camastro como una serpiente mal amaestrada y sin flauta guía, intentaba levantarse... ¡patapam! Otra besando el suelo con la cara. ¿No sabía caminar? ¿Tan fuerte había sido la conmoción cerebral?
Iba iba iba iba iba a arrastrarse.
Sin pensárselo ni dos veces ni una tampoco, Stephen Strange se puso en pie y salió de la habitación 402 al tiempo que se abalanzaban por la puerta varias enfermeras, dejando atrás el abrigo y la razón para sustituir cualquier lógica por el impulso animal de autoconservación.
No volvió a pensar en ella hasta bien iniciado el vuelo, en su asiento de primera clase, donde se reprochó la falta de profesionalidad. Sin duda el cansancio y el estrés de semejante despropósito de velada le había pasado factura, pues en realidad había asistido a un episodio médico fascinante.
¡Mal por él, por dejarlo pasar se le había escapado! No volvió a verla, no volvió a saber de ella.
Una vez en Nueva York llamó al hospital germano para interesarse por tan extraña reacción psíquico-física sin temer que no supieran de qué hablaba, sin duda tamaño suceso sería la sensación del momento para el centro médico, y vaya por Dios, la paciente había desaparecido, no había durado ni un día. Pese a todo, no le dio mayor importancia, otros casos igualmente estimulantes llegaban a sus hábiles manos a diario, probablemente incluso más.
No volvió a verla... hasta cuatro años después... en otra gala.
Su boca perfecta dibujaba una sonrisa dulce.
Continuará...
No usaba mis conocimientos del masaje cardiovascular desde que estudié Primeros Auxilios. ¿Sabíais que fui la única de la clase que consiguió hinchar el muñeco de pruebas? O mis pulmones son un hacha o mis compañeros un atajo de vagos. ¡Qué tiempos...!
Nuestra protagonista ya tiene nombre. Tres protagonistas, tres nombres, tres letras, ¿no dicen que es el número mágico? ¿Cómo que ese es el siete? ¡Pero si es el número de deseos para genios!
Hey, por fin comento!!
ResponderEliminarAún no me he visto Doctor Strange (vergüenza sobre toda mi granja bovina), así que no sé si es realmente así o si te has visto influida por quién es el actor, pero lo cierto es que su personalidad me recuerda muchísimo a la de Sherlock Holmes, a la de tu Sherlock en concreto. Me gusta, pero se me hace extraño, es como si el personaje se hubiera trasladado aquí.
¿El agente no se llama Ataúlfo? O Ataulffen para darle un aire así más germánico xD
Me gusta cómo enseña Strange a respirar a Oma y que el nombre realmente se lo haya dado él xD
Caray con Oma... "Un hilo de sangre, un ¡ay!, unos ojos de tarde en el mar, la succión, el ¡hija de...!, el forcejeo, ese ¡pop! al zafar el pulgar, ese rasguño dental, esa rosada lengua que relamía sangre y saliva de la comisura".
Tengo ganas de ver la que se lía en el siguiente capítulo. Tiene pinta de que Strange y la prófuga del sistema sanitario alemán van a tener unas escenas geniales.
Tengo que ver Doctor Strange! xDD
Nunca es tarde si la dicha es buena y más bake tarde que nunca, aunque ¡a buenas horas mangas verdes! XD
EliminarSin duda vergüenza sobre tu ganado, pero es verdad. Se puede decir que es un Sherly reencarnado muy parecido a Ironman... que a su vez también ha sido Sherlock. Todo está conectado. XD
Ataúlfo es como Legión, un porrón de gente. XD
Lo que te ha gustado ha sido el tortazo, ¡admítelo! XD
Eso por poner el dedo donde no debía. XD
Todavía hay margen entre el inicio de la acción de la película y el momento en el que se conocen y reencuentran en la cronología marveliana (cofsoldadodeinviernocofofof), ¿podrán liarla? SÍ. XD
¡Tienes, tienes! XD