Lamento haber tardado, me he tomado una vacacioncillas, ¡espero que sepáis disculparme los cuatro gatos que me leéis! Aunque la verdad sea dicha, no ha sido el hiatus más largo. XD
Bien, lo dejamos en confesiones aclaratorias de Oma, seguimos con nuestro destrozado doctor...
La soledad no es una opción.
La intimidad ya ni te cuento.
El pisito de soltero del doctor ya no era lo que había sido, si acaso más bien sombra de días pasados o germen de su potencial. Como la existencia es un continuo, el piso era lo que era en cada momento de la misma, por lo que bien podía decirse que la propiedad sufría una regresión a aquellos tiempos primitivos sin amueblar. Sería más fácil de limpiar.
Fuera como fuese, seguía gozando de unas vistas excelentes. En tales reflexiones se perdía Oma ahí de pie, oteando el bosque de cemento y metal que se extendía allá donde sus ojos se posaran. El gran ventanal le recordaba un poco demasiado a una vitrina, así que también meditaba la posibilidad de estamparle una silla a ver si se resquebrajaba de arriba abajo.
Su reflejo en el cristal era hermoso, como de costumbre, aunque quizá mejorase con labios encendidos escarlata sangre a juego con las uñas, que eso nunca pasa de moda. Al igual que cuando moraba en el espejo, del dicho al hecho hubo lo mismo que de pensamiento a movimiento, con la salvedad de que ahora gastaba la energía almacenada en su estómago.
No le acababa de gustar el pigmento. Cambió a granada madura, y se le levantaron las comisuras de la boca. Alguien capaz de jugar con la apariencia propia se supone por encima de lo superficial, pero Oma tenía claro que prefería lo bello a lo feo. Además, la gente es más permisiva si hay belleza y carretas de por medio.
El doctor asomó por la puerta del dormitorio con el aspecto desastrado usual desde que le dieron el alta. Desangelado y meditabundo, anduvo hacia la solitaria mesa que había sobrevivido a la ruina de intentar curar (y pagar) los estragos del accidente más tonto del mundo. Sin percatarse de la intrusa, cómo no, quien por cierto dudaba sobre qué retrataba con mejor a su dueño, si el desierto de su piso o la mesa marginada.
Al restregarse los párpados, de repente, la vislumbró, y a Oma se le subieron aún más las comisuras al tiempo que el hombre pegaba un respingo.
- ¡Dios! - masculló.
- Buenos días, doctor. - toda dulzura, pasaba olímpicamente del susto infligido.
El caso es que estaba acostumbrada. Como sabía que iba a dedicar aquel tiempo tan valioso suyo en ponerse nervioso sin motivo y a sabiendas, echó el aliento sobre el cristal y dibujó en el vaho un títere con el dedo. Ni que decir tiene que le salió un monigote deforme.
- ¿¡Es que hay un agujero en la pared del que no sé nada?!
¿Por qué no había spray pimienta en casa?
- Todavía queda rato para rehabilitación, vayamos a comer. No te preocupes que invito yo.
La sombra de una herida emocional cruzó el rostro de Strange. La invitación iba sin acritud ninguna, pero él no era narrador omnisciente, cómo iba a saberlo.
- Volveré a llamar a la policía, ¿eso es lo que quieres?
- ¿Con qué? ¿Con el teléfono que has vendido, la línea que te tiene fichado por moroso? ¡Ah! ¡La conexión que le birlas al vecino!
Ahí sí hubo acritud. Mucho llamar todos a la policía pero al mes sin consecuencias todos se cansaban. Por favor, si era indenunciable, ¿qué iban a hacer? ¿Darles un nombre inexistente en sus todopoderosas bases de datos? ¿Una descripción física? ¡Policías a ella...!
El portentoso cerebro del ingenioso neurocirujano se quedó in albis, lo que viene siendo sin palabras. No porque se sintiese profundamente agraviado ni porque patearse el camino de la autodestrucción dejase poco o nada de espacio a la materia gris para otra cosa que no fuera ser desagradable para con tus semejantes, que también, sino porque cayó en la cuenta de que no tenía con qué zaherirla.
¿De qué munición disponía? Sabía que era una lapa redomada, sabía que era inofensiva (y agradable a la vista, si no de qué iba a aguantar acosos. A parte de por sustanciosos patrocinios en juguetitos médicos). Que era glotona, empalagosa, cotilla, intrigante, patosa, cuentacuentos, err... una vez había abandonado su vera voluntariamente por no se sabía qué cosa de ballet... Nada que asestase la flecha nociva que merecía.
Conocería su personalidad, pero por no saber no se sabía ni su nombre. Atacó por ahí. Que si capricho por aquí, que si te importa muchísimo por allá, que si ese marco que me llevas a todas partes enganchado al cinto y ahora que lo pienso es tu único efecto personal tiene más identidad que tú por acullá...
Huelga narrar que no le dejó terminar, ni continuar, apenas empezar. Con la mano abierta se lo dijo:
- A mí no me vas a espantar como a Palmer: si te hundes en la miseria pienso estar ahí.
¡Duro golpe a la depresión galopante! Pero mejor para él, ¿quién le traería comida si no? ¿Había más niñas ricas dispuestas? Strange se puso a pensar, pero a pensar con lógica, cosa rara esos días. ¿Era ella una ricachona?
Su ropa, sus caprichos, esa forma infantil de pasar por encima de la gente, siempre lo había dado por sentado... Pero nunca llevaba nada encima. Ni bolsos ni bolsillos. Y pagaba al contado. Simple y llanamente aparecía en su mano. No le salían las firmas.
- ¿De dónde sacas el dinero?
Esa desconocida le atravesó con su carita enfurruñada de Pero si te lo tengo dicho.
- Lo robo, o forma parte de mí.
¿Y si no era mentira todo lo que salía por su boca?
Oma le tomó la mano, segundo respingo del día. Esa mano fría...
- Vamos. - miraba al suelo - Las penas, con pan, son menos.
- ¿Siempre dices la verdad?
Era humillación. Era caer al fondo mismo, agarrarse a un clavo ardiendo, asir el hilo de telaraña en el infierno. Y Oma lo comprendía, alzó la vista y lo miró a la cara. ¿Habría llegado el momento?
- Sabes que sí.
La tomó por los hombros, hombros fríos recorridos por un escalofrío penetrante. Las manos del doctor temblaban sobre su piel, siempre temblaban. Oma entrecerró los ojos claros, suspirante.
- Dime cómo las curo.
- No sé. Pregúntamelo en verso.
La habría abofeteado. Primero, respiró. Luego la soltó a las bravas, y ella osó ofenderse.
- ¿¡Qué es lo que te cuesta tanto?!
Su alarido gritaba ¡Viste a un dios!, las muelas contra muelas de Strange replicaban ¡Hasta eso lo explica la ciencia!
- ¡Con todas las maravillas que has visto...!
- Pues demuéstramelo con pruebas fehacientes.
- No seré yo quien te abra los ojos si no me aceptas, cínico de los...
- Porque. No. Puedes.
- ¡...!
- ¡VETE!
A la niña se le subía el agua ocular en las órbitas, apretaba los puños y se negaba a parpadear. El corazón del doctor se llenó de desprecio. Entonces la bicha le propinó una patada al suelo que no tenía culpa de nada. ¡Qué sensación! ¿Era así como se sentían las hadas?
- ¡Tú no te librarás de mí!
Supo que daba zancadas y esperaba que hacia la puerta por el cotoclonc cotoclonc, ya que estaba de espaldas.
- ¡Tienes suerte de que haga como quince minutos que no como!
Portazo.
Suspiró aliviado.
Fue en ese momento de soledad cuando reparó en y leyó la ficha médica de aquel hombre anónimo cuya columna rota había obrado un milagro físico.
Al restregarse los párpados, de repente, la vislumbró, y a Oma se le subieron aún más las comisuras al tiempo que el hombre pegaba un respingo.
- ¡Dios! - masculló.
- Buenos días, doctor. - toda dulzura, pasaba olímpicamente del susto infligido.
El caso es que estaba acostumbrada. Como sabía que iba a dedicar aquel tiempo tan valioso suyo en ponerse nervioso sin motivo y a sabiendas, echó el aliento sobre el cristal y dibujó en el vaho un títere con el dedo. Ni que decir tiene que le salió un monigote deforme.
- ¿¡Es que hay un agujero en la pared del que no sé nada?!
¿Por qué no había spray pimienta en casa?
- Todavía queda rato para rehabilitación, vayamos a comer. No te preocupes que invito yo.
La sombra de una herida emocional cruzó el rostro de Strange. La invitación iba sin acritud ninguna, pero él no era narrador omnisciente, cómo iba a saberlo.
- Volveré a llamar a la policía, ¿eso es lo que quieres?
- ¿Con qué? ¿Con el teléfono que has vendido, la línea que te tiene fichado por moroso? ¡Ah! ¡La conexión que le birlas al vecino!
Ahí sí hubo acritud. Mucho llamar todos a la policía pero al mes sin consecuencias todos se cansaban. Por favor, si era indenunciable, ¿qué iban a hacer? ¿Darles un nombre inexistente en sus todopoderosas bases de datos? ¿Una descripción física? ¡Policías a ella...!
El portentoso cerebro del ingenioso neurocirujano se quedó in albis, lo que viene siendo sin palabras. No porque se sintiese profundamente agraviado ni porque patearse el camino de la autodestrucción dejase poco o nada de espacio a la materia gris para otra cosa que no fuera ser desagradable para con tus semejantes, que también, sino porque cayó en la cuenta de que no tenía con qué zaherirla.
¿De qué munición disponía? Sabía que era una lapa redomada, sabía que era inofensiva (y agradable a la vista, si no de qué iba a aguantar acosos. A parte de por sustanciosos patrocinios en juguetitos médicos). Que era glotona, empalagosa, cotilla, intrigante, patosa, cuentacuentos, err... una vez había abandonado su vera voluntariamente por no se sabía qué cosa de ballet... Nada que asestase la flecha nociva que merecía.
Conocería su personalidad, pero por no saber no se sabía ni su nombre. Atacó por ahí. Que si capricho por aquí, que si te importa muchísimo por allá, que si ese marco que me llevas a todas partes enganchado al cinto y ahora que lo pienso es tu único efecto personal tiene más identidad que tú por acullá...
Huelga narrar que no le dejó terminar, ni continuar, apenas empezar. Con la mano abierta se lo dijo:
- A mí no me vas a espantar como a Palmer: si te hundes en la miseria pienso estar ahí.
¡Duro golpe a la depresión galopante! Pero mejor para él, ¿quién le traería comida si no? ¿Había más niñas ricas dispuestas? Strange se puso a pensar, pero a pensar con lógica, cosa rara esos días. ¿Era ella una ricachona?
Su ropa, sus caprichos, esa forma infantil de pasar por encima de la gente, siempre lo había dado por sentado... Pero nunca llevaba nada encima. Ni bolsos ni bolsillos. Y pagaba al contado. Simple y llanamente aparecía en su mano. No le salían las firmas.
- ¿De dónde sacas el dinero?
Esa desconocida le atravesó con su carita enfurruñada de Pero si te lo tengo dicho.
- Lo robo, o forma parte de mí.
¿Y si no era mentira todo lo que salía por su boca?
Oma le tomó la mano, segundo respingo del día. Esa mano fría...
- Vamos. - miraba al suelo - Las penas, con pan, son menos.
- ¿Siempre dices la verdad?
Era humillación. Era caer al fondo mismo, agarrarse a un clavo ardiendo, asir el hilo de telaraña en el infierno. Y Oma lo comprendía, alzó la vista y lo miró a la cara. ¿Habría llegado el momento?
- Sabes que sí.
La tomó por los hombros, hombros fríos recorridos por un escalofrío penetrante. Las manos del doctor temblaban sobre su piel, siempre temblaban. Oma entrecerró los ojos claros, suspirante.
- Dime cómo las curo.
- No sé. Pregúntamelo en verso.
La habría abofeteado. Primero, respiró. Luego la soltó a las bravas, y ella osó ofenderse.
- ¿¡Qué es lo que te cuesta tanto?!
Su alarido gritaba ¡Viste a un dios!, las muelas contra muelas de Strange replicaban ¡Hasta eso lo explica la ciencia!
- ¡Con todas las maravillas que has visto...!
- Pues demuéstramelo con pruebas fehacientes.
- No seré yo quien te abra los ojos si no me aceptas, cínico de los...
- Porque. No. Puedes.
- ¡...!
- ¡VETE!
A la niña se le subía el agua ocular en las órbitas, apretaba los puños y se negaba a parpadear. El corazón del doctor se llenó de desprecio. Entonces la bicha le propinó una patada al suelo que no tenía culpa de nada. ¡Qué sensación! ¿Era así como se sentían las hadas?
- ¡Tú no te librarás de mí!
Supo que daba zancadas y esperaba que hacia la puerta por el cotoclonc cotoclonc, ya que estaba de espaldas.
- ¡Tienes suerte de que haga como quince minutos que no como!
Portazo.
Suspiró aliviado.
Fue en ese momento de soledad cuando reparó en y leyó la ficha médica de aquel hombre anónimo cuya columna rota había obrado un milagro físico.
Para cuando Oma volvió a contemplarle el esplendor en vivo y en directo, que no simplemente sentirlo, él ya había vendido pisito, mesa, todo lo que no estuviera sujeto al suelo... hasta se había costeado el viaje a Kamar-Taj.
Había algo distinto en su desastrada faz. Se llamaba esperanza.
Provocó que la de Oma perfilase una mueca.
Continuará...
Seguimos conociendo a nuestros personajes, ¡la acción se cierne sobre nosotros!
Otro capítulo tranquilito en el que además seguimos vislumbrando características de Oma.
ResponderEliminarMe gusta la tranquilidad con la que Oma se tona los sustos que le da al pobre Strange xDD
Me ha gustado esto: "- Todavía queda rato para rehabilitación, vayamos a comer. No te preocupes que invito yo.
La sombra de una herida emocional cruzó el rostro de Strange". Se transmite claramente el orgullo de Strange, que antes lo tenía todo y de repente lo perdió en un anuncio de "si conduces no utilices el teléfono". También me gusta lo de que se vea frustrado por no saber cómo zaherir a Oma, Strange no está acostumbrado a que le nieguen su galleta de orgullo y superioridad; es divertido ver sufrir a personajes así xDD
Huy, entramos en harina... ¿Oma lo seguirá hasta Kamar-Taj? Intriga, intriga... xDD
Ay, estoy dividida entre las ganas de que sigas con este y las ganas de que sigas con Brillante...!
La tranquilidad que precede la tormenta... XD
EliminarEsta alma puede hablarte con la voz de tu hija en la cara de Amebaman, si no se toma ella con tranquilidad los infartos que prodiga nadie lo hará. XD
¡Ay! [Croquetea de felicidad] Me encanta cuando analizas, sacándome virtudes. Sinceramente, lo había releído tanto que ya me sabía aburrido, como bien sabes. XD
Tienes el puntito sádico de un villano con copa de vino y risa sardónica para nada asmática. XD
¡Dolor de barriga! XD
Aunque intriga y misterio, lo que se dice intriga y misterio... XD
¡Eso significa que publique lo que publique acertaré! XD