Estoy cansada de los fanfics y necesito un descanso de las fotonovelas, así que voy a experimentar con lo original. Esta idea surgió una noche de conversaciones locas porque a mí me dejas dos segundos y le prometo puntería a un soldado imperial.
Mi buen David Lara, truhán donde los haya, me lanzó un desafío indirecto: ¿que una historia de amor entre un dragón y una humana ni es posible ni verosímil? ¡Acepto el reto! La única norma autoimpuesta es que ninguno de los dos puede marcarse un Ariel y hacerse un cambio de especie, que eso es trampa.
Y heme aquí, porque no hay barreras para el romance. Empieza la Dracofilia.
Mi buen David Lara, truhán donde los haya, me lanzó un desafío indirecto: ¿que una historia de amor entre un dragón y una humana ni es posible ni verosímil? ¡Acepto el reto! La única norma autoimpuesta es que ninguno de los dos puede marcarse un Ariel y hacerse un cambio de especie, que eso es trampa.
Y heme aquí, porque no hay barreras para el romance. Empieza la Dracofilia.
Ni el tamaño.
Siempre he amado la fantasía, en todas sus formas. No me importa si es mágica o científica, romántica o erótica, si es recta como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie o más retorcida que una escalera de caracol, este caprichoso cacho de carne que tengo por corazón le tiene hueco preparado.
Sí, mi relación con la ficción siempre había sido generosa, aunque esta solo me correspondiera con los sinsabores de una vocación sin futuro laboral. En aquel entonces, justamente, le estaba dedicando a la amorosa una tesis que finjo haber olvidado. Era joven, pero me sentía vieja. Tenía madurez intelectual, decían, pero emocionalmente lo que tenía era más inmadurez que las niñas. Mi natural siempre fue alegre, mi tendencia, ahogarme en un vaso de agua. Había amor en mi vida, había dolor, había pérdida de lo que no tenía. Sentía que todos avanzaban menos yo.
Ese día la lluvia derramaba sus cabellos transparentes sobre las tejas de la biblioteca histórica cuando traspasé su umbral, paraguas mojado en ristre. Iba rociando de agua la moqueta allí por donde pisaba sin remordimiento ninguno. Alguien había puesto por ahí un cubo de basura a modo de paragüero que yo ignoré muy fuerte, el historial de hurto paragüístico que se lo engordasen a otra. Mis húmedas huellas podrían haber conducido a cualquiera a la parte más recóndita de la biblioteca. Ni que decir tiene que la señora de la limpieza me tenía entre ceja y ceja, aunque nunca me lo tomé a lo personal, era ceñuda de nacimiento. Supongo que en principio no deberían de haberme dejado entrar con mis pertrechos de los días lluviosos, pero me tenían conocida y eran funcionarios.
La encargada del fondo centenario (allí éramos todo mujeres) me pasó los guantes, un atril astillado por las décadas y mis libros de investigación en él, para acto seguido salir al encuentro de su desayuno de mediodía. Creo que me despedí de ella, no recuerdo si me devolvió el gesto. ¡Qué curioso! Todavía recuerdo vivamente el peso de esos cinco tochos sobre mis brazos, el tacto de las yemas de mis dedos por las muescas de la madera añeja, pero no la cara de la señora a la que veía todas las mañanas que iba a documentarme. ¿Había gente aquel día? Puede. Puede que hubiese dos o tres. Puede que fuesen conocidos. Puede que intercambiásemos el mínimo estándar de la educación. La verdad es que no es importante, nada de lo que era mundano lo es ya. Dejó de serlo cuando miré y conté y me dije: Este no lo he pedido.
Era un códice encuadernado en cuero del bueno, del color del Medievo. No tenía título. A lo mejor lo que tenía era un aura maligna. Pero era un libro, así que lo abrí. El copista estaba hecho un artista, no había ni una línea torcida, ni una letra fallida... luego algo no cuadraba. Pero vamos a ver, por la gloria de mi madre y las zapatillas de mi abuela, qué iba a sospechar yo si era un puñetero libro. O sea que venga a pasar páginas, venga ahí sin miedo porque nada apaga las alarmas como un tocho antiguo... hasta que llegué al grabado. Un grabado de un dragón y lo que a todas luces era una dama, coloreados de modo poco habitual. En lugar de los típicos verde lagarto y rubio princesa las escamas eran negras, y el cabello de la femenina silueta a sus pies iba a juego. Ella estaba de espaldas, él agachaba la cabeza hacia su mano extendida. Un grabado precioso. Paseé mi dedo por el cuello del dragón... En ese instante me llegó una notificación al móvil.
Me desguanté, lo desbloqueé, era un vídeo de gatitos. Volvió mi dedo, olvidé el guante.
Empezó con sangre.
Una. Sola. Gota. Sobre la dama.
Un escalofrío por las consecuencias legales y bancarias. El fugaz pensamiento de huir a México. La decisión inconsciente de irme más callada que una muerta y aquí no ha pasado nada esa mancha siempre ha estado ahí. Apenas si le dio tiempo a mi neurona a bailar ese vals.
La gota había empezado a hervir.
Burbujeaba encima de la página como si hubiera fuego dentro, la hoja se agrietaba... Y yo con ella.
De la yema del índice que me había abierto aquel quebradizo trozo de papel caía mi sangre. Goteaba, goteaba, goteaba, hasta que en lugar de líquido el corte empezó a expulsar humo. Humo rojo. Y yo sentí calor y miedo y frío y pánico al ver cómo las venas de me encendían y las veía arder por dentro. No sé qué hice. Gritar. Agarrarme al paraguas. Mi sangre era lava, un sistema circulatorio volcánico me estaba comiendo viva y se extendía desde mi dedo por la muñeca, el brazo, el codo, la axila, la arteria, al corazón. Me estaba evaporado.
Y me disolví.
Lo normal sería acabar aquí la historia, ¿no? Lo mismo opino. Imaginaos mi sorpresa cuando abrí los ojos y lo primero que vi, aparte de que tenía ojos, fue un mar de monedas de oro. Sip. Dos segundos antes era una langosta en la olla y luego ¡bum! ¡El sueño húmedo de un político! Me miré. Tenía brazos, tenía piernas, tenía el paraguas aún en mano y oro hasta donde alcanzaba la vista en un lugar oscuro. ¿Qué iba a hacer? Pues lo lógico y natural: proceder a nadar por el rico metal cual cierto pato multimillonario.
Ahora imaginaos mi respingo cuando quise hundir la mano y mira por dónde, una fosa nasal. Y voy a quitar la calderilla de ministro de alrededor y vaya, un ojo escamoso que, porras, se me abre en un tremendo iris rojo con la pupila como un cuchillo. El ojo parpadeó una, dos, tres veces, y del mar dorado emergió la negrura de una cabeza. Tal y como iba emergiendo yo me ponía en pie, así fue como averigüé que la cabeza tenía mi misma estatura.
- ¿Quién osa perturbar mi siesta? - dijo la voz cavernosa del que era, claramente, el dragón del grabado.
No me sobresalté demasiado que digamos, a estas alturas ya tenía asumido que obviamente estaba enlazando pesadillas y ese mastodonte reptiliano como que me lo confirmaba. Encantada de la vida apreté el paraguas contra mi pecho y empecé a dar pasos hacia ese pedazo de imagen onírica en alta definición, muy segura de mí misma. ¡Me había dormido sobre mi tesis! Embelesada estaba con las capacidades de mi sueño REM, con las endorfinas subiéndoseme por mi anatomía le extendí la mano para tocarlo y fui testigo del susto de don Cabezón, que acabó de salir de su billonaria piscina en un estallido de monedas que ni Zeus con la vendida de Dánae.
- ¡Bruja! - escupió el lagarto maleducado.
Le habría dado su merecido de no ser por el pedazo de cacho de trozo de detalle en miniatura de que acababa de inmovilizarme contra la tonelada monetaria con una garra que me cubría perfectamente el torso y lo envolvía sin sonrojo. Sus ojos me examinaban desde lo alto, como queriéndome demostrar la diferencia de tamaños. Cielos. Parecía ser que no tendría superpoderes oníricos porque mi subconsciente me odia, muy propio de mí, luego la conclusión más racional era que mi mente había optado por su cuenta y riesgo dramatizar una de las mejores escenas del cine protagonizada por un asno con mucha labia. A veces pasaba.
- Qué garras tan largas~. - susurré, acariciando una con la mano - Y qué suaves y estilizadas...
Las fosas nasales exhalaron un hilo de humo gris.
- ¿Usas el metal para lucir esas escamas tan lustrosas? - sonrisa - Tu negrura es como alas de cuervo~.
Guiño, guiño.
- Por las chispas de las brasas. - exclamó mi reptiliano amigo por respuesta a mis insinuaciones, perdiendo en el proceso la terrorífica apostura que una se espera de su especie - ¿Eres una dracofílica?
No atiné ni a decirle ¿perdona? Y el bicho debió de tomarse mi mirada embobada por un OH, SÍ.
- Me habían convencido de que no eran más que cuentos...
Ahí a lo que atiné fue a lanzarle un levantamiento de cejas de ¿TÚ vas a hablarme a MÍ de cuentos? Agitó su poderoso rabo como un gato a punto de saltar sobre un pájaro de los despistados.
Sí, mi relación con la ficción siempre había sido generosa, aunque esta solo me correspondiera con los sinsabores de una vocación sin futuro laboral. En aquel entonces, justamente, le estaba dedicando a la amorosa una tesis que finjo haber olvidado. Era joven, pero me sentía vieja. Tenía madurez intelectual, decían, pero emocionalmente lo que tenía era más inmadurez que las niñas. Mi natural siempre fue alegre, mi tendencia, ahogarme en un vaso de agua. Había amor en mi vida, había dolor, había pérdida de lo que no tenía. Sentía que todos avanzaban menos yo.
Ese día la lluvia derramaba sus cabellos transparentes sobre las tejas de la biblioteca histórica cuando traspasé su umbral, paraguas mojado en ristre. Iba rociando de agua la moqueta allí por donde pisaba sin remordimiento ninguno. Alguien había puesto por ahí un cubo de basura a modo de paragüero que yo ignoré muy fuerte, el historial de hurto paragüístico que se lo engordasen a otra. Mis húmedas huellas podrían haber conducido a cualquiera a la parte más recóndita de la biblioteca. Ni que decir tiene que la señora de la limpieza me tenía entre ceja y ceja, aunque nunca me lo tomé a lo personal, era ceñuda de nacimiento. Supongo que en principio no deberían de haberme dejado entrar con mis pertrechos de los días lluviosos, pero me tenían conocida y eran funcionarios.
La encargada del fondo centenario (allí éramos todo mujeres) me pasó los guantes, un atril astillado por las décadas y mis libros de investigación en él, para acto seguido salir al encuentro de su desayuno de mediodía. Creo que me despedí de ella, no recuerdo si me devolvió el gesto. ¡Qué curioso! Todavía recuerdo vivamente el peso de esos cinco tochos sobre mis brazos, el tacto de las yemas de mis dedos por las muescas de la madera añeja, pero no la cara de la señora a la que veía todas las mañanas que iba a documentarme. ¿Había gente aquel día? Puede. Puede que hubiese dos o tres. Puede que fuesen conocidos. Puede que intercambiásemos el mínimo estándar de la educación. La verdad es que no es importante, nada de lo que era mundano lo es ya. Dejó de serlo cuando miré y conté y me dije: Este no lo he pedido.
Era un códice encuadernado en cuero del bueno, del color del Medievo. No tenía título. A lo mejor lo que tenía era un aura maligna. Pero era un libro, así que lo abrí. El copista estaba hecho un artista, no había ni una línea torcida, ni una letra fallida... luego algo no cuadraba. Pero vamos a ver, por la gloria de mi madre y las zapatillas de mi abuela, qué iba a sospechar yo si era un puñetero libro. O sea que venga a pasar páginas, venga ahí sin miedo porque nada apaga las alarmas como un tocho antiguo... hasta que llegué al grabado. Un grabado de un dragón y lo que a todas luces era una dama, coloreados de modo poco habitual. En lugar de los típicos verde lagarto y rubio princesa las escamas eran negras, y el cabello de la femenina silueta a sus pies iba a juego. Ella estaba de espaldas, él agachaba la cabeza hacia su mano extendida. Un grabado precioso. Paseé mi dedo por el cuello del dragón... En ese instante me llegó una notificación al móvil.
Me desguanté, lo desbloqueé, era un vídeo de gatitos. Volvió mi dedo, olvidé el guante.
Empezó con sangre.
Una. Sola. Gota. Sobre la dama.
Un escalofrío por las consecuencias legales y bancarias. El fugaz pensamiento de huir a México. La decisión inconsciente de irme más callada que una muerta y aquí no ha pasado nada esa mancha siempre ha estado ahí. Apenas si le dio tiempo a mi neurona a bailar ese vals.
La gota había empezado a hervir.
Burbujeaba encima de la página como si hubiera fuego dentro, la hoja se agrietaba... Y yo con ella.
De la yema del índice que me había abierto aquel quebradizo trozo de papel caía mi sangre. Goteaba, goteaba, goteaba, hasta que en lugar de líquido el corte empezó a expulsar humo. Humo rojo. Y yo sentí calor y miedo y frío y pánico al ver cómo las venas de me encendían y las veía arder por dentro. No sé qué hice. Gritar. Agarrarme al paraguas. Mi sangre era lava, un sistema circulatorio volcánico me estaba comiendo viva y se extendía desde mi dedo por la muñeca, el brazo, el codo, la axila, la arteria, al corazón. Me estaba evaporado.
Y me disolví.
Lo normal sería acabar aquí la historia, ¿no? Lo mismo opino. Imaginaos mi sorpresa cuando abrí los ojos y lo primero que vi, aparte de que tenía ojos, fue un mar de monedas de oro. Sip. Dos segundos antes era una langosta en la olla y luego ¡bum! ¡El sueño húmedo de un político! Me miré. Tenía brazos, tenía piernas, tenía el paraguas aún en mano y oro hasta donde alcanzaba la vista en un lugar oscuro. ¿Qué iba a hacer? Pues lo lógico y natural: proceder a nadar por el rico metal cual cierto pato multimillonario.
Ahora imaginaos mi respingo cuando quise hundir la mano y mira por dónde, una fosa nasal. Y voy a quitar la calderilla de ministro de alrededor y vaya, un ojo escamoso que, porras, se me abre en un tremendo iris rojo con la pupila como un cuchillo. El ojo parpadeó una, dos, tres veces, y del mar dorado emergió la negrura de una cabeza. Tal y como iba emergiendo yo me ponía en pie, así fue como averigüé que la cabeza tenía mi misma estatura.
- ¿Quién osa perturbar mi siesta? - dijo la voz cavernosa del que era, claramente, el dragón del grabado.
No me sobresalté demasiado que digamos, a estas alturas ya tenía asumido que obviamente estaba enlazando pesadillas y ese mastodonte reptiliano como que me lo confirmaba. Encantada de la vida apreté el paraguas contra mi pecho y empecé a dar pasos hacia ese pedazo de imagen onírica en alta definición, muy segura de mí misma. ¡Me había dormido sobre mi tesis! Embelesada estaba con las capacidades de mi sueño REM, con las endorfinas subiéndoseme por mi anatomía le extendí la mano para tocarlo y fui testigo del susto de don Cabezón, que acabó de salir de su billonaria piscina en un estallido de monedas que ni Zeus con la vendida de Dánae.
- ¡Bruja! - escupió el lagarto maleducado.
Le habría dado su merecido de no ser por el pedazo de cacho de trozo de detalle en miniatura de que acababa de inmovilizarme contra la tonelada monetaria con una garra que me cubría perfectamente el torso y lo envolvía sin sonrojo. Sus ojos me examinaban desde lo alto, como queriéndome demostrar la diferencia de tamaños. Cielos. Parecía ser que no tendría superpoderes oníricos porque mi subconsciente me odia, muy propio de mí, luego la conclusión más racional era que mi mente había optado por su cuenta y riesgo dramatizar una de las mejores escenas del cine protagonizada por un asno con mucha labia. A veces pasaba.
- Qué garras tan largas~. - susurré, acariciando una con la mano - Y qué suaves y estilizadas...
Las fosas nasales exhalaron un hilo de humo gris.
- ¿Usas el metal para lucir esas escamas tan lustrosas? - sonrisa - Tu negrura es como alas de cuervo~.
Guiño, guiño.
- Por las chispas de las brasas. - exclamó mi reptiliano amigo por respuesta a mis insinuaciones, perdiendo en el proceso la terrorífica apostura que una se espera de su especie - ¿Eres una dracofílica?
No atiné ni a decirle ¿perdona? Y el bicho debió de tomarse mi mirada embobada por un OH, SÍ.
- Me habían convencido de que no eran más que cuentos...
Ahí a lo que atiné fue a lanzarle un levantamiento de cejas de ¿TÚ vas a hablarme a MÍ de cuentos? Agitó su poderoso rabo como un gato a punto de saltar sobre un pájaro de los despistados.
- Muy bien. - decidió - Te tomaré como esposa.
Mi boca quiso cantarle un ¿quéeeee? de los largos, solo alcanzó a separar labio de labio lo justo y necesario cuando le vi arrojar una llamarada caliente al techo. Todo mi cuerpo sintió su calidez en el aire. ¿No eran esas muchas sensaciones para un sueño? Abrió las fauces tan de par en par como los platos que tenía yo por ojos... y con los colmillos todavía ardientes, muy lenta, lentamente, insoportablemente despacio, el hijo de su madre lagarta los aproximó a mí... me perforó la carne.
Empezó con sangre. Continuó con oscuridad.
Antes de desmayarme lo toqué, toqué las escamas de esa cabeza de mi entero tamaño, esa cabeza que tenía pegada a mi cuello, atravesada en mi torso. Sentí la humedad de la saliva que me recorría del hombro al ombligo, la lengua que se me enroscaba en el brazo que había quedado prisionero dentro de la cavidad bucal, lejos de los colmillos al rojo que me ensartaban pero inmóvil, por más espasmos que me lo agitasen. Olí el humo de mi carne cauterizada. Ahí perdí la cordura.
Siempre he amado la fantasía. Mentiría si dijese que jamás he fantaseado con ser amada por un ser de fantasía. No... Siempre estuve predispuesta a amarlo. Solo que una esperaría que su pretendiente sobrenatural fuera un vampiro, un hombre lobo o hasta un demonio, no un dragón como un yate de grande.
Mira que me lo decía mi madre: cuidado con lo que deseas.
Continuará...
Y hasta aquí la introducción al experimento dracofílico largo como la Biblia en verso. ¡Hasta el próximo capítulo! Ojalá os haya hecho gracia~.
Debo decir que me ha encantado Yuki! me ha parecido muy interesante eso de ser absorbido por un viejo libro mediante gotas de sangre. Esta muy bien escrito, es ameno de leer y es importante recalcarlo, dan ganas de saber como sigue.
ResponderEliminarAsí da gusto levantarse por las mañanas. XD
EliminarPues me he dejado mucho en el asador porque me estaba quedando demasiado largo, como la descripción completa del dragón, que dejo para el siguiente capítulo. XD
Me ha gustado mucho; me mola el detalle de la gota de sangre y de que sea un libro lo que te conduzca al dragón. Y creo que ya has establecido un buen ritmo narrativo, no me parece que haya quedado apresurado ni es lento. Como primer capítulo está muy bien.
ResponderEliminarDe momento no veo nada que me chirríe, la verdad, pero ya sabes que más adelante, si lo encuentro no dudaré en hacerte la crítica más constructiva posible ;)
Como siempre, ver referencias por ahí me da la vida xDD
Parece que la gota de sangre es lo que os ha ganado a todos, estáis hechos unos vampiros. XD
EliminarAh~ mi vanidad~ 7w7
De momento... CHAN CHAN CHAN. ಡロಡ
Es la prueba del algodón: si no hay referencias no soy yo. XD
¡¡Antinatural!! ¡No es cosa de Dios! #TeHaceFaltaJesús!!
ResponderEliminarM'has matao. El # m'ha matao. XDD
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